lunes, 8 de abril de 2013

Dulces cadenas.

Abro los ojos. Las cadenas siguen en su sitio, ancladas al techo, apretando, doliendo. Sigo llevando sólo una falda deshilachada que deja a la vista mis nalgas y mi sexo y una camiseta blanca de tirantes, tan escotada, que el más leve vaivén libera mis senos.

Estudio la estancia. Es la caja de un gran camión. Diáfana. Blanca. Sucia.

Se abre la puerta. Esta vez son 3. Ropa de trabajo, barbas y sudor. Igual que los anteriores.

Se pasan la mano por la cara, sonríen de medio lado, disfrutan con la anticipación... Mis ojos asustados los excitan aún más. Se acercan, me rodean. Me agarran. No media ninguna palabra, tienen un cometido y lo que yo pueda decirles no va a importarles.

No sé de quién es cada mano. Una en mis pechos, estrujándolos, pellizcándolos. Otra en mi sexo hace el ancestral vaivén invasor. La última tarda un poco más, pero lo hace con una contundente palmada en mis nalgas. Risas cómplices.

Aflojan un poco mis cadenas, para que la tarea les resulte más cómoda. Sigo atada, pero ahora estoy tumbada boca arriba, sobre uno de ellos. Otro se tumba sobre mí y como en una coreografía sórdidamente orquestada, me penetran a un tiempo. Acompasan sus movimientos, cada uno en su gruta, deslizándose. Si se sorprenden por no encontrar resistencia, no lo dejan ver. Pensarán que están de suerte... El que hasta el momento observaba, no lo resiste más y encuentra su propio espacio. Con una mano aprieta mi mandíbula y con la otra se ayuda para introducirse, con cuidado de evitar mis dientes. Y jadea.

Es el momento. Comienzo a moverme, primero despscio, más rápido cada vez. Saboreo, jadeo, arqueo la espalda, con cuidado de que no se salga. Los acompaño, los acompaso, los comprimo y los succiono... no se sabe quién folla a quién. Su desconcierto precipita su culminación. Los saco de mí. Me empapan con su viscosidad.

Recomponen sus ropas. Me dejan ahí tirada, no se atreven a mirarme. Cierran la puerta al salir.

Me pongo en pie. Me quito las cadenas. Voy a un rincón y cojo mi bolso. Me aseo, me pongo ropa limpia.

Se vuelve a abrir la puerta. Es el dueño del camión. Le doy un abultado sobre que coge con mirada escéptica. Como siempre. "Todo en orden" le digo. Y me voy de allí, sabiendo que pronto querré volver.

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