domingo, 7 de abril de 2013

Las miradas.

La primera vez que vio sintió que el mundo se paraba al percibir sus párpados como si fueran de terciopelo puro.

La siguiente ocasión tuvo la impresión de que su corazón se había detenido en un latido cuando se dio cuenta de que sus labios eran como pétalos de rosa.

En el tercer encuentro quiso zambullirse en el huequito entre las clavículas que marca la diferencia entre el cuello y el escote.

A la cuarta su frente se llenó de sudor cuando comprobó que sus hombros parecían de seda y que cualquier lágrima o cualquier gota de sudor se podría deslizar por ellos infinitamente.

La quinta vez dijo para sí mismo, que se pare el mundo ahora mismo, yo quiero sentir la turgencia y el peso de esos senos.

La sexta mirada fue para el ombligo y el pensó que quería convertirse en ese momento en una minúscula pelusilla para ser acogido en esa cuna.

La séptima ocasión percibió con el rabillo del ojo el espacio divino del hueso de la cadena hacia el pubis y entonces pensó que ya podía morirse.

A la octava reparó en la zona posterior de la rodillas y quiso ser pluma para acariciar y ser tenuemente acariciado por esa sedosa piel.

En la novena ocasión soñó ser arena de playa para sentir sus pisadas dejando un rastro sobre su piel.

Y a la décima mirada sólo la miró a los ojos y dijo, por fin te he encontrado, eres tú, eres mi amor. Llévame a tus sueños y déjame acunarte en mis caricias. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario