miércoles, 3 de abril de 2013

Te deseo.

Un solo gesto. Aquella sensual manera de agacharse y redefinir sus curvas ante una mirada, la mía, que se sintió virgen y ruborizada ante su cuerpo. No vi nada, pero adiviné todo. El erotismo más sutil y la elegancia más morbosa. El deseo exaltado sin la intención de conseguirlo y la imaginación desatada sin quitar un solo nudo. Sin conocer su nombre, su edad... Ni siquiera el color de sus ojos, nada de eso era necesario para que mi cuerpo deseara conocer el suyo. Me acerqué, no tenía opción. Su boca era sugerencia, su mirada invitación, su sonrisa la promesa de un placer ansiado, prohibido pero cercano, al alcance pero imposible. Un sueño. Su voz provocó que todas esas sensaciones se multiplicaran, cada una de sus palabras suponía un grado más de excitación. Ahora, veinte años después de casarnos, sigo experimentando el mismo júbilo, te deseo...



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