lunes, 3 de junio de 2013

Dedicado a ella.

El sol, la lluvia, el cielo, las hojas estrepitosas, el viento, ojos que brillan y su boca. 

Todo un conjunto de luminosidad, un manojo de vida blanda como el agua.

Circula por las venas como un torrente de abejas, se esconde, nace, se ríe. Baja como esquirlas heladas por las arterias de madera. Esa vida, esa tenue vida.

Y de pronto un nubarrón, la luz artificial de la calle, la llovizna, el roce. El chapotear de los tacones en las baldosas. La esquina esta libre, el encuentro será fulminante. Del otro lado de la calle la penumbra. El latir de un corazón galopando, rechinante.

Inconfundiblemente se encuentran, el calor en la cara de su cigarrillo alivia el viento helado, la gabardina solo es una ilusión de abrigo.

Se esconden juntos como niños, se miman, se besan, se ríen, y continúan el paseo. Se aman incansablemente entre las calles oscuras. Solo la brisa de la noche y las finas gotas son testigos del consumado hecho.

Ellas, tan finas, recorren sus cuerpos fatigados, ellos tan poseídos sacian su sed.

Mientras las luces siguen escondiéndose en la bruma otoñal, ellos, se persiguen, corren de la mano.

Se pierden el uno en el otro, se asfixian, y vuelven a nacer entre sábanas blancas como campos de jazmines.

Mientras el acaricia sus piernas torneadas, ella besa su cuello y su cabeza rojiza roza sus hombros, el alborotadamente pega su cintura a la de ella y desliza sus manos desde el muslo hacia la cintura, luego acaricia sus senos, ella enloquece de amor y sube sobre él, y en un sin fin de caricias, roces y húmedos besos se va la noche.

El sol les da en la cara, ellos alterados, se miran, ella coge las medias del suelo, su abrocha el sujetador y se coloca la falda y la camiseta ceñida. Mientras él, la va mirando tumbado en la cama con sábanas blancas, revoltosa, inmune a la soledad. Se miran, se sonríen, se abrazan y el la besa profundamente.

Deja la habitación y en su camino una estela de su perfume se mezcla con la cotidianidad del día...

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