viernes, 5 de febrero de 2016

February 5

Desnuda, frente al espejo, observaba despacio cada rincón de su cuerpo. Había aprendido a quererse. La redondez de sus caderas, los muslos gruesos, el respingón trasero y su vientre un poco abultado mostraban impúdicamente las huellas del tiempo. Cerca de los cuarenta, y cumplidos los deseos de maternidad, sus vivencias se leían nítidamente en su piel.
Pero había marcas mucho más profundas, señales invisibles del alma que habían conseguido crear una nueva mujer. La misma que escondía un renovado espíritu de aventura perdido años atrás, ya no ocultaba las ganas de lanzarse al aprendizaje de todo aquello que le aportara satisfacción, y la llevara hacia un nuevo nirvana sexual.
Encendió la luz de la mesilla para empezar su ritual íntimo de lujuria, que la condujese al sendero de la excitación. Y así, mostrarse incandescente cuando el llegara.

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