Allí tumbado en la camilla pensaba que desde que ella se marchó no había vuelto a tener sexo con nadie y no porque no hubiera tenido ocasión, si no porque algo me hacía rechazar a todas.
Ninguna se movía con la elegancia que lo hacia ella, lo hacía sobre los tacones, sobre los patines o descalza corriendo por casa. Ninguna me miraba y me dejaba sin respiración... no hay mujer en el mundo capaz de ponérmela dura sólo con una mirada.
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