Allí tumbado en la camilla, pensaba que
desde que Anna se marchó no había vuelto a tener sexo con nadie y no porque no
hubiera tenido ocasión, si no porque algo me hacía rechazar a todas, no eran
Anna.
Ninguna se movía con la elegancia que ella lo hacía sobre los tacones,
sobre los patines o descalza corriendo por casa. Ninguna me miraba y me dejaba
sin respiración...
No hay mujer en el mundo capaz de ponérmela dura sólo
con
una mirada.
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